Más de mil millones de personas en el mundo viven en la pobreza. Más pobreza significa más malnutrición. En el continente africano, casi uno de cada cuatro seres humanos está malnutrido. En Latinoamérica, casi una de cada ocho personas se va a dormir hambrienta cada noche. En Asia y en el Pacífico, el 28% de la población está a punto de morirse de hambre, sufriendo por el perpetuo dolor del hambre. En el Oriente cercano, una de cada diez personas está insuficientemente alimentado.
En Somalia, la mayoría de la población rural ya ha agotado sus provisiones de alimento y está limitado a comer solamente una comida insuficiente al día. En la región arrasada por la guerra de Kosovo, decenas de miles de refugiados todavía bregan con raciones escasas.
El hambre mundial es un problema muy serio. Aquí hay solamente un pequeño resumen de esta tragedia humana. La verdad es que jamás en la historia humana ha habido tantas personas malnutridas -casi el 20% de la populación. Entre 40 y 60 millones de personas mueren cada año en el mundo debido al hambre y las enfermedades relacionadas. Desgraciadamente, la mayoría son niños.
La mayor parte de los expertos en política alimentaria proponen una reducción drástica de la producción y del consumo global de carne. Se ha estimado que la población del planeta puede alcanzar los 7.000 millones en los próximos 25 años y que su alimentación no puede depender de la carne. Pero no es necesario esperar para ver los efectos del hambre, pues en la actualidad dos terceras partes de la humanidad estén subalimentadas.
¿Qué sucedería si todos fuéramos vegetarianos? A algunos les podría parecer un desastre. Pero hagamos números. Si dividimos toda la tierra arable del mundo entre el número total de habitantes, a cada persona le correspondería media hectárea de tierra cultivable.
Imaginemos que hemos de decidir el uso que le vamos a dar a nuestra media hectárea. Podemos dejar crecer hierba o plantar forraje con el que alimentar a un buey, pero en ese caso utilizaríamos toda nuestra tierra para este propósito, sin poder cultivar nada más. También podemos plantar cereales para alimentar ganado y reservar una pequeña parte para nuestra propia alimentación. Acabaríamos comprobando que los animales consumen muchos kilos de grano para darnos un solo kilo de su carne.
Las proporciones de conversión alimento/carne varían en cada animal. Para conseguir un Kilo de carne necesitaremos 16 de alimento si se trata de un buey, 6 si es un cerdo, 4 kilos si es un pavo y 3 si es un pollo. La producción de leche requiere aproximadamente un kilo de pienso por litro. Si en la media hectárea hemos decidido criar un buey de 400 kilos de peso, conseguiremos 160 kilos de carne, pero sin poder plantar nada más en el terreno mientras viva el buey.
La persona que centra su dieta en la carne para conseguir las 2.500 calorías diarias requiere una hectárea y media de terreno destinada a ganado. Si la misma persona basa su dieta en trigo, podrá alimentarse con la octava parte de una hectárea. Media hectárea cultivada con arroz y legumbres puede dar de comer a seis personas.
Las personas que viven en países subdesarrollados no pueden permitirse el lujo de alimentar ganado con los cereales que cosechan. En Estados Unidos, en cambio, el 90% de la cosecha de cereales se destina a consumo animal. El consumidor de carnes norteamericano utiliza en promedio cinco veces más recursos alimenticios que el colombiano, el indio o el nigeriano medio.
La producción de la mitad del suelo cultivable de los Estados Unidos se destina a consumo animal. Los Estados Unidos y otros países desarrollados, con sólo un tercio de la población mundial, utilizan el 75% del pescado capturado en el mundo. La mayor parte sirve para fabricar piensos para ganado. El 90% de la producción norteamericana de maíz, centeno, avena y soja (descartando las exportaciones) se emplea para alimentar animales.
Las naciones desarrolladas importan proteínas de países tercermundistas que posteriormente destinan a la fabricación de piensos. Un tercio de la producción africana de cacahuetes se utiliza para alimentar ganado en los países europeos del Este.
Los Estados Unidos importan carne de vacuno, que proviene fundamentalmente de América Central, en cantidades equivalentes al consumo anual total de muchos países subdesarrollados, aunque la cifra total de estas importaciones constituye tan sólo la séptima parte del consumo de carne de vacuno en Estados Unidos.
La persona omnívora, que ingiere carne, debería sentarse ante un filete de 150 gramos e imaginar que en el comedor hay 50 personas, cada una de ellas con una taza vacía. Esta debe saber que el coste alimenticio de su filete hubiera podido llenar las cincuenta tazas con cereales.
La desequilibrada distribución de alimentos no es el único problema desencadenado por las industrias cárnicas. Tres recursos básicos están disminuyendo en todo el planeta: tierra, abonos y agua. La producción de carne no sólo esquilma los dos primeros, sino que despilfarra grandes cantidades de agua. Un huerto utiliza 1.300 litros de agua diariamente para producir el alimento de una persona vegetaliana. La dieta occidental media consume en cambio 10.000 litros diarios para alimentar únicamente a una persona. Producir un kilo de carne nos cuesta veinticinco veces más en recursos que el mismo kilo de vegetales.
La producción comercial de carne agota los recursos hídricos. Además, los desperdicios de las granjas animales son vertidos directamente a los ríos. La producción de carne crea, así, diez veces más contaminación que las zonas residenciales y tres veces más que las industriales.
Si todas las reservas mundiales de petróleo se destinasen a la producción de alimentos, y no se gastara nada en transporte ni en calefacción, para alimentar a todos los habitantes con la dieta típica occidental nos queda*ríamos sin petróleo en trece años.
También hemos de tener en cuenta que se consumen grandes cantidades de gas natural y petróleo para producir los fertilizantes empleados en la producción de los cereales para pienso. Cultivar una hectárea de maíz puede consumir más de 600 litros de gasoil. Si utilizamos abono orgánico en lugar del químico, se ahorra más de la mitad. Si este maíz se destina a consumo animal, el despilfarro es evidente. La conclusión es que podemos ahorrar mucha energía desde nuestro comedor.
Algunos expertos opinan que se debe aumentar la producción de carne en los países subdesarrollados. Estos aumentos de producción no significan obligatoriamente un aumento de consumo por los hambrientos del país. Por ejemplo, la producción de carne en América Central es actualmente mayor que nunca, pero la mayor parte de esta carne se consume en restaurantes de los Estados Unidos. Brasil es el tercer país ganadero del mundo con 97 millones de cabezas de ganado (los dos primeros productores son Estados Unidos y la antigua URSS), pero la mayor parte de su carne se exporta, mientras sus habitantes la compran a unos precios altísimos, asequibles tan sólo a los ricos.
La publicidad de la industria cárnica defiende la ganadería arguyendo que las vacas pastan en terrenos que de otra forma serían improductivos. Pero incluso estas vacas (una parte muy pequeña de la producción ganadera) acaban siendo engordadas con piensos a fin de producir mayores beneficios en menos tiempo.
En Somalia, la mayoría de la población rural ya ha agotado sus provisiones de alimento y está limitado a comer solamente una comida insuficiente al día. En la región arrasada por la guerra de Kosovo, decenas de miles de refugiados todavía bregan con raciones escasas.
El hambre mundial es un problema muy serio. Aquí hay solamente un pequeño resumen de esta tragedia humana. La verdad es que jamás en la historia humana ha habido tantas personas malnutridas -casi el 20% de la populación. Entre 40 y 60 millones de personas mueren cada año en el mundo debido al hambre y las enfermedades relacionadas. Desgraciadamente, la mayoría son niños.
La mayor parte de los expertos en política alimentaria proponen una reducción drástica de la producción y del consumo global de carne. Se ha estimado que la población del planeta puede alcanzar los 7.000 millones en los próximos 25 años y que su alimentación no puede depender de la carne. Pero no es necesario esperar para ver los efectos del hambre, pues en la actualidad dos terceras partes de la humanidad estén subalimentadas.
¿Qué sucedería si todos fuéramos vegetarianos? A algunos les podría parecer un desastre. Pero hagamos números. Si dividimos toda la tierra arable del mundo entre el número total de habitantes, a cada persona le correspondería media hectárea de tierra cultivable.
Imaginemos que hemos de decidir el uso que le vamos a dar a nuestra media hectárea. Podemos dejar crecer hierba o plantar forraje con el que alimentar a un buey, pero en ese caso utilizaríamos toda nuestra tierra para este propósito, sin poder cultivar nada más. También podemos plantar cereales para alimentar ganado y reservar una pequeña parte para nuestra propia alimentación. Acabaríamos comprobando que los animales consumen muchos kilos de grano para darnos un solo kilo de su carne.
Las proporciones de conversión alimento/carne varían en cada animal. Para conseguir un Kilo de carne necesitaremos 16 de alimento si se trata de un buey, 6 si es un cerdo, 4 kilos si es un pavo y 3 si es un pollo. La producción de leche requiere aproximadamente un kilo de pienso por litro. Si en la media hectárea hemos decidido criar un buey de 400 kilos de peso, conseguiremos 160 kilos de carne, pero sin poder plantar nada más en el terreno mientras viva el buey.
La persona que centra su dieta en la carne para conseguir las 2.500 calorías diarias requiere una hectárea y media de terreno destinada a ganado. Si la misma persona basa su dieta en trigo, podrá alimentarse con la octava parte de una hectárea. Media hectárea cultivada con arroz y legumbres puede dar de comer a seis personas.
Las personas que viven en países subdesarrollados no pueden permitirse el lujo de alimentar ganado con los cereales que cosechan. En Estados Unidos, en cambio, el 90% de la cosecha de cereales se destina a consumo animal. El consumidor de carnes norteamericano utiliza en promedio cinco veces más recursos alimenticios que el colombiano, el indio o el nigeriano medio.
La producción de la mitad del suelo cultivable de los Estados Unidos se destina a consumo animal. Los Estados Unidos y otros países desarrollados, con sólo un tercio de la población mundial, utilizan el 75% del pescado capturado en el mundo. La mayor parte sirve para fabricar piensos para ganado. El 90% de la producción norteamericana de maíz, centeno, avena y soja (descartando las exportaciones) se emplea para alimentar animales.
Las naciones desarrolladas importan proteínas de países tercermundistas que posteriormente destinan a la fabricación de piensos. Un tercio de la producción africana de cacahuetes se utiliza para alimentar ganado en los países europeos del Este.
Los Estados Unidos importan carne de vacuno, que proviene fundamentalmente de América Central, en cantidades equivalentes al consumo anual total de muchos países subdesarrollados, aunque la cifra total de estas importaciones constituye tan sólo la séptima parte del consumo de carne de vacuno en Estados Unidos.
La persona omnívora, que ingiere carne, debería sentarse ante un filete de 150 gramos e imaginar que en el comedor hay 50 personas, cada una de ellas con una taza vacía. Esta debe saber que el coste alimenticio de su filete hubiera podido llenar las cincuenta tazas con cereales.
La desequilibrada distribución de alimentos no es el único problema desencadenado por las industrias cárnicas. Tres recursos básicos están disminuyendo en todo el planeta: tierra, abonos y agua. La producción de carne no sólo esquilma los dos primeros, sino que despilfarra grandes cantidades de agua. Un huerto utiliza 1.300 litros de agua diariamente para producir el alimento de una persona vegetaliana. La dieta occidental media consume en cambio 10.000 litros diarios para alimentar únicamente a una persona. Producir un kilo de carne nos cuesta veinticinco veces más en recursos que el mismo kilo de vegetales.
La producción comercial de carne agota los recursos hídricos. Además, los desperdicios de las granjas animales son vertidos directamente a los ríos. La producción de carne crea, así, diez veces más contaminación que las zonas residenciales y tres veces más que las industriales.
Si todas las reservas mundiales de petróleo se destinasen a la producción de alimentos, y no se gastara nada en transporte ni en calefacción, para alimentar a todos los habitantes con la dieta típica occidental nos queda*ríamos sin petróleo en trece años.
También hemos de tener en cuenta que se consumen grandes cantidades de gas natural y petróleo para producir los fertilizantes empleados en la producción de los cereales para pienso. Cultivar una hectárea de maíz puede consumir más de 600 litros de gasoil. Si utilizamos abono orgánico en lugar del químico, se ahorra más de la mitad. Si este maíz se destina a consumo animal, el despilfarro es evidente. La conclusión es que podemos ahorrar mucha energía desde nuestro comedor.
Algunos expertos opinan que se debe aumentar la producción de carne en los países subdesarrollados. Estos aumentos de producción no significan obligatoriamente un aumento de consumo por los hambrientos del país. Por ejemplo, la producción de carne en América Central es actualmente mayor que nunca, pero la mayor parte de esta carne se consume en restaurantes de los Estados Unidos. Brasil es el tercer país ganadero del mundo con 97 millones de cabezas de ganado (los dos primeros productores son Estados Unidos y la antigua URSS), pero la mayor parte de su carne se exporta, mientras sus habitantes la compran a unos precios altísimos, asequibles tan sólo a los ricos.
La publicidad de la industria cárnica defiende la ganadería arguyendo que las vacas pastan en terrenos que de otra forma serían improductivos. Pero incluso estas vacas (una parte muy pequeña de la producción ganadera) acaban siendo engordadas con piensos a fin de producir mayores beneficios en menos tiempo.