y el texto:
17 enero, 2009
Ignorancia, conservadurismo, superstición
Ayer el Gobierno rectificó a la baja bajísima las previsiones económicas contenidas en los Presupuestos recientemente aprobados por un Parlamento que sabía de sobra que eran erróneas con alevosía. ¿Se deslegitima un Parlamento que miente a sabiendas? Pues sí, pero ése es otro cantar. Según Solbes, la economía bajará un 1,6%, el déficit público llegará al 5,8% y los parados serán el 16%. O sea, que la economía caerá mucho más que eso, el déficit será mayor y el paro andará por el 20%. Pero da igual. Impasible el ademán del votante que se cree socialista porque vota a un partido que lleva ese apellido en sus siglas igual que alguna gente lleva el de Expósito sin comerlo ni beberlo.
Sería precioso tocar un botón y que al menos por un rato, en plan realidad virtual, virtual pero muy real, viéramos a Zapatero y Rajoy con los papeles invertidos, que los viéramos invertidos del todo, más de lo que ya son y están. Daría gusto escuchar la voz tronante de Zapatero echando la culpa al Gobierno pepero de todos los desastres económicos, diciéndole que no se escude en cuentos de coyunturas internacionales y en promesas de que en marzo esto repuntará, pero vaya usted a saber en marzo de qué año. Y a Rajoy diciendo poco más o menos lo que ahora rebuzna Zapatero entre el éxtasis general del votante sodomizado, a Rajoy repitiendo que no es patriótica una oposición que dice que hay crisis cuando hay crisis, pues luego la gente se entera y es peor. ¿Y esa huelga general que ya estaría a la vuelta de la esquina contra la mismísima política que ahora los sindicatos abrazan con el pantalón bajado y el preservativo en la boca? ¿Y las embestidas contra banqueros y demás jerarcas de la economía financiera que se lo llevan crudo con el pretexto de que lo necesitan para prestárnoslo por nuestro bien? Ay, creo que hasta el Guerra saldría otra vez a las tribunas a clamar por los descamisados fraternos, en lugar de estar como ahora está, más callado que una puta aseándose y metiéndose los cuartos en el escote.
Pero todo da igual, repito. Aquí el personal es de piñón fijo, leales hasta la muerte, votantes cejijuntos, electores de una sola marcha, paletos políticamente monógamos. Antes cambio de pareja, abandono a mis hijos y ahorco al perro, que dejar de votar a quien voto, pues, aunque sea un hijo de una gran puta o un analfabeto con ínfulas, es mi hijo de puta y de analfabeto será más o menos como yo, corazón, criatura, cuerpo, sigla de mis entretelas. El lema de nuestros “grandes” políticos con sus electores debería ser el mismo que usábamos en mi pueblo cuando éramos salvajes y felices en lugar de frecuentadores del manual del perfecto gilipollas con estilo: “day, day, hasta lo negro”.
¿Será el enésimo misterio de la naturaleza humana? ¿De la naturaleza del humano español tal vez? ¿O habrá una explicación? Tengo para mí que hay explicación. Tiene que haberla. Yo creo que esa explicación está en la síntesis entre incultura, conservadurismo y superstición. Explicación una y trina, tres aspectos de una misma realidad, tres notas definitorias de un tipo humano que por estos andurriales se da a patadas.
El ignorante, el inculto radical, es dado al maniqueísmo y a las explicaciones simplificadas y simplistas de cuanto en el mundo acontece. La realidad es siempre compleja, pero el idiota la encuentra elemental y de cajón. Todo se aclara por el eterno enfrentamiento entre el Bien y el Mal, pero el ceporro no los ve así, con el empaque filosófico o teológico de las mayúsculas, sino como los buenos y los malos en permanente lucha, los nuestros y los otros. No puedes bajar la guardia nunca, lo que significa que jamás debes dejar de votar a los buenos. ¿Por qué? Hosti, tu, porque son los buenos, no te jode. Puedes no entender ni papa de economía, ni de política propiamente dicha, ni de historia, ni de nada de nada de nada. Pero tienes claras las cosas, eso sí. A este lado, los buenos; al otro, los malos. Cuando los buenos lo hacen mal, es porque no han podido hacerlo mejor o porque los malos les echan la zancadilla. Cuando los malos lo hacen bien, es para disimular y conseguir con un rodeo sus fines torticeros.
Por cierto, ¿qué significa torticero, profe? Solbes puede errar con dolo, Zapatero puede mentir con descaro. Pero la única realidad es que, por muy mal que con ellos vayan las cosas, con “los otros” irían peor, muchísimo peor, dónde vas a parar. Fíjate, si con los nuestros, los buenos por designio divino, hay tanto paro, tanto mamoneo y tanto desastre, imagínate cómo nos iría de horrible con los del otro lado. Pánico da pensarlo. Consecuencia: el ignorante se convence de que con los suyos al mando vive en el mejor de los mundos posibles, aunque se muera de hambre y de asco. Por cierto, esto también lo piensa el intelectual propiamente orgánico y en descomposición, pero ése porque pone la mano. A los intelectuales jineteros los dejo para otro día.
Ese lelo es además ultraconservador. Siempre asume la realidad presente como un dato incuestionable y sólo se imagina que las cosas pueden empeorar. No admite que con una gestión mejor de los asuntos públicos y del interés general, con un gobierno más competente las cosas podrían marchar mejor. Su lectura de la historia y de los acontecimientos siempre es sesgada, pues siempre hemos llegado a donde mejor podemos estar. Toda alternativa es para mal, cualquier cambio asusta. Si con éstos me quedo sin trabajo y paso apuros, es porque no puede suceder de otra manera. Los míos no tienen culpas, todo lo más son víctimas de la pésima suerte y de plurales conspiraciones del Averno. Virgencita, que me quede como estoy, que no está tan mal. Al día siguiente estoy peor, pero sigo aplicando el mismo lema: que me quede como estoy. Y así hasta la muerte por inanición, si hace falta.
Ese ignorante y conservador cultiva además, una superstición selectiva, de raigambre religiosa. De la misma manera que con mentalidad religiosa todo favor del destino se agradece a Dios, sin que por ello se culpe a Dios de la desgracia cuando toca, en lo que el país marche bien damos gracias al gobierno, pero no lo culpamos de las catástrofes sociales y económicas. De las contrariedades tiene culpa el Diablo, lo que en política se traduce en cargarle los muertos al partido rival.
No hay una vara de medir, sino dos. Como estos días escribía Santiago González, cuando una burra del PP hace guasas con el acento andaluz de la Ministra de Fomento, se nos abran las carnes por lo ofensivo de su discurso; cuando el alcalde de Getafe llama tontos de los cojones a los votantes del PP, cerramos filas con él y ni su partido le abre expediente.
Pero, ojo, no pretendo aquí reproducir la historia de buenos y malos insinuando que los buenos sean los del PP y los malos los del PSOE. Son iguales, ellos y la gran mayoría de sus respectivos votantes. Idéntico esquema, pareja simpleza. La diferencia en este momento está en que el PP pretende ganarse a los incondicionales del PSOE a base de imitar su discurso y sus maneras, de ponerse así de perfil y con la boquita de piñón, de echarle vaselina al artilugio y tener pinta de director de cine amanerado o de directora de una galería de arte sado para el tercer mundo. Eso es como si los del Barcelona CF quisieran quitarle hinchada al Madrid poniendo a sus jugadores un uniforme blanco: una idiotez.
La única política decente que cabe en este país ahora mismo es una política no conservadora. Nada de dar por sentado que tenemos la mejor situación que cabe gracias a que hemos hecho la mejor Constitución, la mejor organización territorial del Estado, la mejor gestión económica, etc. No tenemos que comparar la realidad con nuestros miedos, sino lo que hay con lo que podría haber si no se hubieran cometido tantos errores y si no nos obcecáramos en el inmovilismo y el voto útil (para el que lo recibe). La única política decente que ahora cabe es una política de cambios radicales y profundos: es necesario modificar la Constitución para reorganizar el Estado, es necesario reformar la regulación de los partidos políticos, hace falta reorientar la economía seriamente para buscar le igualdad de oportunidades y para conseguir un Estado social, y no esta caricatura de Estado julandrón que hace falsa caridad mientras aumenta la distancia entre pobres y ricos. Por eso los que no vivan obnubilados con su sentido religioso de la política deben dejar de votar al PSOE y al PP. Pueden votar a otros o pueden no votar. Y pueden manifestarse, escribir cosas, protestar; salir del establo, en suma, abandonar el cercado, combatir este caciquismo imperante, arriesgar. Arriesgar, rediez, arriesgar. Porque a peor no vamos a ir, salvo que todo siga igual.