Os copio un articulito del Pariodico de Cataluña. Que cada uno opine lo que quiera
12/8/2007 Edición Impresa OPINIÓN //
CRISIS EN LA ESCUDERÍA LÍDER DE LA FÓRMULA 1
Uno está bien; dos son multitud
1. • Dennis debería dejar libre a Alonso a final de año tras haberlo exprimido en beneficio de su protegido Hamilton
EMILIO Pérez DE ROZAS
PERIODISTA
En cuanto vi al tipo aquel supe que nos la habían jugado. Podía ser todo lo doctor en matemáticas que quisiera e, incluso, astrofísico como decía La Gazzetta dello Sport, pero, en cuanto le vi empecé a maquinar una historia, que puede ser ficticia, no lo niego, pero que me temo es cierta: nos han fichado para chuparnos la ciencia, todos nuestros conocimientos, nuestros trucos, la experiencia, en fin, y todo lo que haga falta para convertir a su chico, extraordinario, rapidísimo, prodigioso, no lo niego, en flamante campeón del mundo.
Aquel hombre comentaba, en portada con pase a la página cinco, que había estudiado el cerebro de unos cuantos deportistas de élite. E, incluso, que en su tiempo había trabajado con Jackie Stewart, más conocido como el escocés volador. El doctor se llama Kerry Spackman y su tesis, no sé si doctoral pero sí muy difundida, es que los triunfadores tienen un cerebro especial.
Sí, ya sé que no hace falta ser Albert Einstein para llegar a esa conclusión, pero el tal Spackman, que aparecía en la foto acunando en sus manos un cerebro de yeso, aseguraba, y ahí es donde empecé a sospechar, que Lewis Hamilton posee la misma cabeza que Michael Schumacher. Exagerado, cierto, pero el doctor decía que "es un auténtico portento y posee una capacidad desbordante para, en milésimas de segundos, captar, analizar, comprender y archivar todo lo que le enseñan, todo lo que ve, todo lo que aprende".
CONSECUENCIA: nos han fichado, a precio de oro, cierto, a sueldo de bicampeón, para exprimirnos, para sacarnos todo lo que sabemos y más, para que el chaval, extraordinario, sí, sí, bendito y bendecido, lo absorba como una esponja y termine así su metódica preparación, que arrancó, en 1997, cuando Ron Dennis lo fichó y empezó a prepararlo para ser campeón.
Cuando leí las observaciones de Spackman me di cuenta de que Dennis sabía que para que su excelsa creación alcanzase la cima debía de concluir su aprendizaje al lado de un maestro, de un catedrático de la velocidad, de un sabio de la F-1, de un bicampeón que, sin quererlo, fuese desprendiéndose de sus conocimientos durante su estancia en Woking (McLaren), en las reuniones técnicas, en los test de pretemporada, en los entrenamientos y grandes premios. Ese chirimiri de ciencia iría registrándose, bit a bit, en el disco duro de Hamilton.
AHORA YA sabemos (y, créanme, no se trata de una leyenda urbana) que el hábil y maquiavélico Dennis fichó a Alonso para chuparle, cual sanguijuela, todo lo que sabe e inoculárselo a Hamilton. Cuando el asturiano empezó a guardarse cosas o intentó provocar el caos en la mente del alumno --por ejemplo, cuando el chico no quiso copiar sus reglajes en Silverstone ¡y la cagó!-- ya era demasiado tarde. Ya se habían aprovechado de él, abducido a sus patrocinadores --los contratos del Banco de Santander (19 millones de euros por temporada) y Mutua Madrileña (6) no hubiesen llegado a McLaren sin el asturiano--, puesto a punto un coche que no iba ni con ruedas, liderado el Mundial de constructores y colocado en la rampa de despegue a su chico.
Porque lo que nadie quiere recordar ahora es que mientras Dennis estaba en manos de Kimi Raikkonen y Juan Pablo Montoya su deslumbrante coche plateado se pasó un año y medio sin ganar, 18 meses, toda una vida, lo nunca visto. Hacía exactamente 10 años que a los señores de Woking no les pasaba eso. Así que, mucho McLaren Technology Centre, mucho Paragon de Norman Foster, mucho Hugo Boss, mucho túnel de viento, motores Mercedes y miles de millones de presupuesto, pero hasta que Alonso ganó en Malasia se habían pasado 550 días sin ganar. Que ya son días. Porque, como muy bien recordó el viernes Eddie Jordan, que de esto sabe un rato, "Hamilton gana y puede aspirar al título porque Alonso le ha hecho un coche ganador". Toda la F-1 sabe que si el asturiano hizo eso en Renault y lo acaba de repetir en McLaren (porque tiene carisma, trabaja y sabe en qué dirección desarrollar el coche; algo muy parecido a lo que hacía Carlos Sainz en los rallys), lo puede hacer el año que viene en BMW. O en Ferrari. O en Toyota.
PORQUE, mientras fue desprendiéndose de sus conocimientos, Alonso contribuyó a que Dennis no solo perfeccionase su monstruo, que por poco le devora en Hungaroring (¡menudo bocado le echó!), sino también ayudó a desvelar ante qué tipo de rookie estamos. Extraordinario, cierto; velocísimo, por supuesto; atrevido, ¡como no!; sagaz, ni que decirlo. Pero, por favor, aparquemos la idea de ese chico ingenuo, amable, morenito, hijo de Anthony, un ferroviario bienintencionado, y hermano de Nicholas. Estamos ante un chaval nacido para ganar. Para ganar como sea. Como todos.
Parece que fue en Hungría donde todos se dieron cuenta de que a Lewis le han crecido ya los dientes. Y muerde. Y es en Hungaroring donde, mientras Lewis entra el domingo en el lujoso motorhome de McLaren pidiendo perdón a todos por su actuación del día anterior, Alonso reclama su estatus de bicampeón, jamás reconocido en el seno del equipo de Dennis. ¿Por qué? Porque no ficharon a un bicampeón: se compraron un archivo, un maestro, un profesor, un catedrático, alguien que le hiciera de lazarillo a Lewis.
De aquel Hamilton aprendiz ya no queda nada. Por no quedar, no le queda ni la novia, Jodia Ma, la joven china que conoció en el Colegio de las Artes y la Escena de Cambridge y de la que ha estado enamorado los últimos cuatro años. Ma ha regresado a Hong Kong, donde trabaja de recepcionista en un restaurante de lujo. Lewis se pasea ahora, tras flirtear con la cantante Natasha Bedingfield y la modelo Danielle Lloyd, con una escultural morena en la cubierta del yate del magnate saudí Mansour Ojjeh, socio de Dennis, atracado en Saint-Tropez.
Ese es el auténtico Hamilton. No queda nada de aquel que, a principios de año, decía: "Sé muy bien que llevo el número 2 en mi coche". Ahora reclama a gritos por radio ser tratado como un campeón. Y no lo es. De momento. Ya no se conforma con el contrato que tiene: 300.000 euros por temporada y 25.000 euros por punto conseguido. Ahora quiere, exige, los 30 millones de euros que, cuentan, le ha ofrecido Ferrari. Normal, pero dejemos de creer en los reyes magos.
Como tampoco queda nada de aquel papá Hamilton, sonriente y servicial, que ahora corre a denunciar ¡a su equipo! ante la FIA para impedir que el compañero de su hijo exprima una pole lograda honradamente para arrebatarle el liderato del Mundial. Porque no duden que en Hungría Alonso hubiese ganado, como hizo Hamilton, de haber liderado la parrilla. Anthony lo sabía, de ahí que incendiara la FIA (mientras Dennis miraba hacia otro lado) e impidiese la remontada del asturiano.
Es seguro que muchos de estos detalles no han pasado desapercibidos en el seno del equipo McLaren, cuyos componentes le demostraron a Lewis, en Budapest, que empiezan a saber con quién tratan, pues nadie fue a aplaudirle a pie de podio. Puede que ese día algunos recordasen las palabras de Anthony Hamilton en Indianápolis: "Me gusta que mi hijo gane, claro que me gusta, ha sido lo que más he deseado en la vida, pero aún me gusta más que siga siendo un ejemplo para los jóvenes". Eso también pasó a mejor vida.
Y TODO, insisto, fruto del maquiavelismo de Ron Dennis, el patrón, el amo. El mismo que, el 30 de noviembre pasado, cuando citó a la prensa española en Woking para anunciar el fichaje de Alonso, nos pidió que fuésemos respetuosos con él. "He encontrado a Fernando algo confuso y especialmente afectado por muchas cosas extrañas que experimenta en España", dijo un altivo Dennis. Se supone que ahora Alonso debe de estar alucinado por las cosas que experimenta en Inglaterra. Ese día también empecé a descubrir a Dennis. Simulaba proteger a su nuevo bicampeón del tomate español para, meses después, alimentar y/o tolerar que los tabloides ingleses e incluso la prensa seria se mofase del asturiano ante la presión que ejercía Hamilton con sus podios y victorias.
Dennis ya tiene lo que quería. Ahora, que deje volar a Alonso.
Porque uno está bien, pero dos son multitud.
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