Yo cuando toco, en los conciertos, y veo a toda esa gente abarrotando el local, dispuestos a gozar de cada cosa que hago, apretados y apretandose unos contra otros provocando olas de gentío que se dirigen a mi pero que rompen como si fuera el mar cantabrico contra seis cajas de birra y una chapa que intenta ser el escenario... cuando les veo sudorosos, achicharrados, moviendose como locos mientras a alguno se le ve, literalmente, echando humo, entonces pienso en quemar el local. Me lo imagino todo en llamas y la gente histérica moviendose por todas partes, como si fuese el mismo mar de antes pero esta vez a cañonazos, con tormentas y huracanes y por allí no hay salida y ¿donde está la salida? ¡¡¡está todo en llamas hacia la salida!!! ¡¡¡no griteis, no griteeeiiiiiiiis!!! ...
Es en ese momento en el que gozo de la música.
Si no existiera ese instante habría ya muchos locales quemados por madrid.
Luego, mientras ensayo, solo me castañean los dientes del ansia que tengo de dar otro concierto, y el caso es que son ellos (los dientes) los que van marcando el ritmo.