Que grande es Segurola. Ojalá esto fuera el periodismo del futuro y no la Excepción (Como Guardiola)
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Un futuro (Mourinho) y su excepción (Guardiola)
Joaquín Caparrós se refirió hace poco en Radio Marca a lo que considera el fútbol del futuro. En su opinión, se parecerá mucho al que practica el Real Madrid: veloz, directo, físico, sin tregua. La opinión de Caparros reabre un viejo debate que no terminará jamás. Hace 20 años se dio por descontado que el juego desembocaría en la fórmula del célebre Milán de Sacchi. Aquel equipo significaba la exaltación táctica, atlética y técnica. Baresi dirigía la orquesta defensiva como si fuera Von Karajan con botas, los holandeses imponían una exuberancia que les permitía ganar en todos los terrenos y los inteligentes italianos –Ancelotti, Donadoni y Evani- cumplían con la necesaria cuota de astucia. Fue un equipo inolvidable que para algunos estaba destinado a cerrar el círculo perfecto del fútbol.
El Milán fue en su día heredero de otros equipos –algunos de ellos en las antípodas del pensamiento sacchiano- que también representaron el futuro con mayor o menor brevedad. El catenaccio, interpretado fundamentalmente por otro Milán, el de Nereo Rocco en los años 60, y perfeccionado mejor que nadie por Helenio Herrera en el Inter, significó la solución pragmática a la grandeur del Honved, la selección húngara, el Madrid de Di Stéfano y las grandes selecciones brasileñas a caballo de la década de las 50 y 60. Con el catenaccio, que coincidió en Argentina con la irrupción del cínico Estudiantes de Osvaldo Zubeldia, se declaró el final de una época romántica y el inicio de un periodo prosaico, pero práctico. Aquel momento inauguró uno de los muchos futuros a los que estaba destinado el fútbol.
El catenaccio, y lo que significaba, se convirtió más en una corriente que en el canon que muchos analistas habían previsto. ¿La razón? Lo arrolló un equipo de un país sin tradición en fútbol: el Ajax. Venían del norte, no tenían prejuicios ni ataduras, no pretendían parecerse a nadie. Aquellos holandeses locos eran jóvenes, inconformistas y arrogantes. No estaban dispuestos a jugar como especuladores defendiendo sus ahorros. Para ellos el catenaccio era un estilo pacato y represor. Sin embargo, el Ajax significaba todo lo contrario de un equipo callejero. Si algo le caracterizaba, era el método. Jugaban como locos cartesianos, siempre atentos a las posiciones y al gobierno absoluto del balón, al contrario del catenaccio, que renegaba de la pelota como si fuera el anticristo.
Aquella época del Ajax se bautizó como el reinado del fútbol total. También se dijo que representaba el futuro. No sólo se trataba de una excepcional generación de jugadores creativos, sino que impresionaba su poderío atlético, la velocidad de sus acciones, la sensación aplastante que transmitían. Su ciclo también se desvaneció: tras el fichaje de Cruyff por el Barça, el Ajax tardó 21 años en conquistar nuevamente la Copa de Europa. Sin embargo, su influencia se ha prolongado hasta ahora en tres o cuatro equipos inolvidables: la selección holandesa que ganó la Eurocopa 88, el Ajax de Van Gaal a mediados de los años 90 y las sucesivas reencarnaciones del Barça después de Cruyff, un Barça de decidido origen holandés aunque siempre caracterizado por un toque mediterráneo, el delicado toque de gente como Guardiola, Xavi o Iniesta.
Nunca habrá un estilo hegemónico, aunque siempre prevalecerán las tendencias de los equipos de éxito. El catenaccio se adivina en muchos lugares, hasta el punto de asumirse como parte sustancial del fútbol italiano, curiosamente el que más rechazó el formato de Sacchi, a quien se le tenía por poco italiano, una especie de traidor a la esencia del calcio. Era el entrenador de la zona, de la línea defensiva adelantada, de un equipo protagonista, no taimado, de una máquina casi deshumanizada. De ahí que Sacchi no fuera amado en su país y que los grandes creadores de opinión –Gianni Brera en La Repubblica y Candido Cannavo en la Gazzetta dello Sport- siempre le observaran con recelo.
Caparrós se refirió al juego del actual Madrid como el signo de los tiempos que vendrán. Habló del Barça con admiración, pero como algo demasiado peculiar, opinión muy parecida a la que suele manifestar Capello en sus conversaciones: “¡Ah! El Barça es otra cosa. Es raro”. El técnico del Athletic señaló algo obvio: la voluntad no es suficiente para imitar el juego del equipo azulgrana. Hablaba de unos jugadores perfectos para ese estilo –los Xavi, Iniesta, Busquets, Messi y compañía- y dejó entrever que estos jugadores tendrán una difícil sucesión.
Tienen razón Caparrós y Capello cuando se refieren al Barça como un equipo singular. Si el éxito siempre genera imitadores, sorprende que ningún equipo quiera parecerse al Barça, excepto la selección española –ganadora de la Eurocopa y del Mundial- y el Arsenal, a pesar de algunas diferencias conceptuales entre las ideas de Wenger y las de Guardiola. La sospecha, si no el rechazo, procede quizá de la fricción entre las urgencias de los equipos y el desarrollo de un método tan minucioso como el del Barça, sostenido durante los últimos 20 años sin apenas interrupciones. Pero también es cierto que el fútbol siempre ha observado con mucha reserva un modelo que rechaza el pronóstico de Caparrós.
La tesis del técnico del Athletic no es novedosa, pero sí mayoritaria. Desde el principio de los tiempos se ha dicho que el juego será cada vez más atlético, más intenso, más veloz y directo, menos dependiente de la posesión que de la rapidez en la ejecución. El Madrid de Mourinho representa esta versión mejor que casi ningún otro equipo en los últimos años, aunque bajo el paraguas del fútbol físico, rápido, táctico y concreto también se han ocultado verdaderas basuras, equipos que han reducido el juego a una simpleza insufrible y con poco éxito además.
El Madrid actual representa en numerosos aspectos un modelo opuesto al del Barça. Y lo representa muy bien, mejor que nadie en los últimos años. Tiene el vigor del Chelsea, pero un punto mayor de finura. Es concreto como el Inter, pero bastante menos especulador. Privilegia la velocidad, pero valora la precisión. Es eficaz y vibrante. Se ajusta a un criterio que no está peleado con la estética. Simplemente es otra que la del Barça, lo que sirve para enriquecer el paisaje del fútbol. Es el estilo que vislumbra Caparrós y una amplia mayoría de analistas para el futuro. Digamos que a los ojos de este sector el Madrid aparece como la próxima medida de referencia. Quizá, aunque por eso mismo resulta tan extraordinaria la resistencia del Barça a aceptar ahora las mismas predicciones que se hicieron a finales de los años 80. Han pasado 20 años y su singular idea no sólo no ha capitulado, sino que ha forjado la edad de oro del club y, por extensión, de la selección española. Y por lo que se anticipa en sus categorías juveniles, no tiene ninguna intención de decaer. Lo más asombroso es que cuando más se resiste el Barça al previsible futuro, mejor le va.